Los
verdaderos avances se extienden a lo largo del siglo XIX, donde la ciencia y la
razón sin duda comienzan a desarrollar nuevas perspectivas y maneras de ver el
mundo. Uno de los mayores pensadores y escritores durante esta época es Goethe.
En 1818 él distinguió y reivindico el respeto a las formas originales, pero
dándole el valor debido a la obra y por supuesto, al papel del
traductor.
También se
desarrollaron importantes trabajos en América latina, uno de ellos realizado
por Andrés Bello, venezolano, quien dice:
“El traductor de una obra de imaginación si inspira a la alabanza de una verdadera fidelidad está obligado a representarnos, cuan aproximadamente pueda, todo lo que caracterice el país, y el siglo, y el genio particular de su autor”.
Por su
parte, en España se produjeron trabajos de parte de Menéndez Pelayo acerca de
la reflexión sobre la actividad traductora, la cual parece incrementarse
constantemente.
Muchos
autores aparecen con nuevas tendencias durante este período, principalmente en
la búsqueda de teorías más relacionadas con el acto de traducir. Cada vez más
surge la búsqueda de la perfección en una obra traducida, de que esta sea un
espejo fiel ante el reflejo de un concepto y un entorno social, apegándose a
ambas realidades y enlazadas por el unísono de dos lenguas no tan distantes.
Fuente:
- Santoyo, J.C. Teoría y crítica de la traducción: Antología. Barcelona: Cf, 1987.
- Bello, Andrés. LA ILÍADA, TRADUCIDA POR DON JOSÉ GÓMEZ HERMOSILLA. WEB. Consultado el 15 de noviembre de 2014.
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